El sistema no te agota: te agota hacerlo solo

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Hay algo profundamente satisfactorio en alcanzar un objetivo conjunto y parece que va más allá del resultado final.

La neurociencia ha demostrado que estamos literalmente cableados para disfrutar de la colaboración. Y es que nuestra biología recompensa el acto de construir en compañía, de confiar y ser confiables, activando los circuitos del placer en nuestro cerebro.

Si la colaboración es algo que le mola a nuestro cerebro, ¿por qué muchas veces estamos solos frente a todo? 

Como sociedad, hemos apostado fuerte por una cultura de la competitividad individual, bajo la premisa de que la autosuficiencia y el autoconocimiento nos conducirían a logros personales más rápidos y satisfactorios (por alguna razón que desconozco). Sin embargo, este modelo basado en la autoexigencia termina generando una desconexión profunda, que intensifica la sensación de soledad. Cada vez más estudios en psicología social y salud pública señalan que la soledad crónica no solo afecta nuestro bienestar emocional, sino que también se asocia con un mayor riesgo de desarrollar enfermedades tanto físicas como mentales.

El hecho de que sea la comunidad cientifcia y sanitaria quien aborden estas problemáticas hace que pocas veces miremos hacia nosotros mismos. ¿Y si, en parte, el descontento con el sistema sanitario o el agotamiento que experimentamos se debiera a la falta de vínculos reales con otros colegas?

La carga de sentir que debemos tener todas las respuestas, resolver todo en solitario o derivar sin poder seguir vinculados genera una forma de soledad que frustra, desgasta y, en última instancia enferma.

El día a día en la atención sanitaria presenta diagnósticos inciertos, síntomas recurrentes o tratamientos que no siempre funcionan como se espera. Frente a esta complejidad, lo habitual es percibir la situación como un problema. Pero cuando dejamos de mirar estos desafíos desde la individualidad, descubrimos que también son una invitación constante a compartir, contrastar y enriquecernos junto con otros profesionales.

Al abrir espacios de diálogo, fomentamos relaciones profesionales auténticas, aliviamos la carga emocional, combatimos la frustración y reencontramos el propósito compartido que nos trajo a nuestra profesión. Cada interacción genuina nos recuerda que la salud (la de los pacientes y la nuestra) se construye mejor en comunidad.

Invitamos a cada profesional que se suma a Rebobina a aprovechar este impulso, porque muy probablemente, cada vez que elijamos colaborar nuestro cerebro nos lanzará una recompensa química en forma de satisfacción. Una señal que nos recuerda que ese es el camino.

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